EL SÍNDROME DEL “TODO PODEROSO” Y LAS ADICCIONES

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Dentro del camino de las adicciones, existe un fenómeno psicológico que suele ser un gran obstáculo para la recuperación: el síndrome del “todo poderoso”. Esta creencia, que puede parecer una simple actitud de seguridad, en realidad esconde un mecanismo de negación y autosabotaje que alimenta el consumo y retrasa la búsqueda de ayuda. Comprenderlo a fondo es fundamental para quien busca liberarse de una adicción y para quienes acompañan este proceso.

 

¿Qué es el síndrome del “todo poderoso”?

El síndrome del “todo poderoso” consiste en la creencia errónea de que uno es capaz de controlarlo todo: las situaciones, las emociones, las consecuencias y, en el caso de las adicciones, el consumo de sustancias o conductas compulsivas.

Se manifiesta en pensamientos como:

  • “Yo dejo cuando quiera”.
  • “A mí no me pasa nada”.
  • “Yo no soy como los demás”.
  • “Yo controlo la situación”.

Estas ideas generan una ilusión de seguridad, pero en el fondo ocultan miedo, negación y resistencia al cambio.

 

El vínculo con las adicciones

La adicción es una enfermedad que afecta el cerebro, la conducta y la capacidad de decisión. Sin embargo, bajo el síndrome del “todo poderoso”, la persona se convence de que tiene control absoluto. Esto crea una paradoja: mientras más fuerte cree estar, más vulnerable se vuelve.

  1. Negación del problema: si pienso que “yo controlo”, no reconozco que el consumo ya me afecta.
  2. Falsa seguridad: la sensación de que nada me dañará me lleva a subestimar riesgos.
  3. Resistencia a la ayuda: pedir apoyo se percibe como debilidad, cuando en realidad es fortaleza.
  4. Aislamiento: al querer demostrar que puedo solo, me alejo de quienes podrían acompañarme.

Así, el síndrome no solo mantiene viva la adicción, sino que también retrasa la posibilidad de iniciar una recuperación.

 

Las consecuencias del “todo poderoso”

Creer que se tiene el control absoluto trae consecuencias graves:

  • Físicas: deterioro de la salud, aumento de tolerancia, daños irreversibles en órganos.
  • Emocionales: ansiedad, frustración, depresión por no poder sostener la ilusión de control.
  • Relacionales: pérdida de confianza, conflictos familiares, rupturas.
  • Espirituales: sensación de vacío, desconexión consigo mismo y con los demás.

Cada vez que alguien se dice “puedo con todo”, la adicción gana terreno, porque la ilusión sustituye a la realidad.

 

Romper la ilusión: aceptar los límites

El primer paso para sanar es reconocer que nadie es invulnerable. Aceptar límites no significa rendirse, sino atreverse a ver la verdad de frente. Es en la vulnerabilidad donde comienza la auténtica fortaleza.

Aceptar ayuda no es signo de debilidad, sino un acto de valentía. Requiere más coraje reconocer “no puedo solo” que seguir escondiéndose detrás de la máscara del “todo poderoso”.

 

La verdadera fortaleza en la recuperación

En el proceso de recuperación, la fuerza no se mide por la capacidad de negar, sino por la capacidad de elegir conscientemente la vida cada día. Algunas claves son:

  1. Humildad: aceptar que no lo sé todo ni puedo con todo.
  2. Constancia: trabajar paso a paso, sin esperar resultados inmediatos.
  3. Acompañamiento: dejarse guiar y apoyarse en una red.
  4. Autenticidad: ser honesto conmigo mismo sobre mis caídas y avances.
  5. Esperanza: confiar en que cada día trae una nueva oportunidad.

 

De la soledad al acompañamiento

 

El síndrome del “todo poderoso” aísla. Hace creer que no necesito de nadie. Pero la recuperación enseña lo contrario: que el camino se vuelve más ligero y real cuando se camina acompañado. Compartir miedos, logros y recaídas con otros que comprenden el proceso fortalece y da sentido.

El síndrome del “todo poderoso” es una ilusión peligrosa que alimenta la adicción y retrasa la recuperación. Romper con él requiere honestidad, humildad y valor. Aceptar que no se puede con todo no significa fracaso, sino apertura a una libertad más profunda: la de elegir la vida, la salud y la plenitud.

La verdadera fortaleza no está en negar la vulnerabilidad, sino en abrazarla, aprender de ella y transformarla en motor de cambio. La recuperación no se construye desde el aislamiento ni desde la negación, sino desde la humildad, la constancia y la esperanza de que siempre es posible volver a empezar.

 

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