De padres tóxicos e hijos codependientes
Existen personas que están todo el tiempo pendientes de los demás. En lugar de construir una vida propia, giran en torno de sus hijos, sus padres, sus parejas, sus amigos, sus vecinos. Necesitan ser necesitadas para sentirse seguras. Prefieren la compañía de aquellos que tienen serios problemas, porque eso les ofrece la oportunidad de intervenir, con la intención de salvar o rescatar al otro……Pero la salvación nunca llega.
Tóxicos y dependientes.
Estas personas se vuelven controladoras, hipervigilantes, manipuladoras. Aunque no parezca, tienen un problema grave: son codependientes; tan adictos a las relaciones que establecen con los demás y que mantienen obsesivamente ocupadas sus vidas como son adictos al alcohol, al juego o a las drogas los que son socialmente definidos como tales.
Las situaciones más marcadas de dicho problema hay que buscarla en la historia familiar.
«La mayoría son hijos de padres tóxicos. Este tipo de padres tiende a ver la rebelión o simplemente las preferencias personales de sus hijos como un ataque personal. Aunque con las mejores intenciones, dañan a sus hijos de tal modo que producen efectos traumáticos profundos en su vida de relación.»
En este tipo de familias los hijos se acostumbran a callar, a no oponerse, a no hablar de los problemas, a no confiar en nadie, ni siquiera en ellos mismos. La propia identidad se va desdibujando y devaluando sobre la base de esta vivencia: sólo se llega a ser alguien si los demás necesitan de uno y si se hace algo bueno por el otro.
Comúnmente en nuestra sociedad, existen distintos tipos de padres tóxicos. Pero es habitual que uno, o ambos, sean adictos a alguna sustancia o conducta compulsiva (por ejemplo el juego, o incluso el trabajo) y se vivan situaciones de violencia física o verbal en el seno de la familia.
Padres de mala conducta
En algunos casos, estos padres son inadecuados emocionalmente y se sirven de sus hijos para que asuman roles que en verdad les corresponderían a ellos. «Padres de mala conducta. ¿Qué casos? Madres de hijas adolescentes que en lugar de acompañar el crecimiento de las chicas compiten con ellas; padres que se visten y actúan como muchachos y se ponen en un pie de igualdad con sus propios hijos… Son esos padres que se enorgullecen diciendo que sus hijos son sus amigos, cuando en verdad el padre no puede ser amigo, pues el padre es la ley. Donde esto no ocurre la relación se vuelve disfuncional.»
Cuando en una familia de este tipo hay un padre adicto y una madre que pasa todo el día corriendo detrás de ese hombre para salvarlo del problema, es todo el grupo el que se enferma. «Los primeros en advertir que la dificultad no la tenía solamente el adicto sino también quienes estaban a su alrededor fueron los familiares de Alcohólicos Anónimos en 1940. Advirtieron que siempre había alguien que vigilaba la vida del adicto, que vivía dominado por eso. Su enfermedad era la del control y de la obsesión por el rescate. Así, los familiares de alcohólicos acuñaron la palabra codependiente para nombrar esta clase de vínculo.»
El problema es tan complicado que, en la gran mayoría de los casos, cuando un adicto se recupera sobreviene una crisis en el ámbito familiar, pues su cuidador ya no tiene de qué ocuparse. Allí aflora, con todo dramatismo, su patología. Es que en ese intento de rescatar al marido, hijo, hermano, padre, madre o pareja de sus adicciones comienzan a establecer un tipo de relación en la que no pueden hacer otra cosa que vivir pendiente de esa persona.
¿Por qué la codependencia es más frecuente entre las mujeres? «Porque la posición de la mujer está mucho más legitimada socialmente en la función de rescatar al otro. Muchas mujeres al hablar de un marido adicto afirman que si no lo cuida ella nadie lo cuidará. Y, socialmente, si deja de hacerlo se vuelve una mala mujer. Sin embargo, ni se ayuda ni ayuda al otro. En realidad, justificando sus actitudes y apañándolo sólo se convierte en una facilitadora de las conductas autodestructivas de esa persona. En ese rol de rescatadora no le permite hacerse cargo de los efectos de su propia conducta.»
El codependiente es siempre rescatador, perseguidor y víctima. Es que sus intentos de control y salvación están condenados al fracaso.
«El proceso de recuperación tiene distintas etapas y propósitos. El codependiente debe dejar hacer a los otros, es decir, liberarse del intento de controlar a los demás. Así se libera del intento tácito de rescatar al otro para ponerlo en su camino.»
Pero, por otra parte, el codependiente debe aprender a responder en lugar de reaccionar, recuperando la autonomía frente a los mandatos del pasado. Esto puede resultar sumamente difícil, para aquellas personas que nunca pudieron decir «no puedo» o «no quiero» como manera de afirmar su autonomía y de expresar su capacidad de decidir en libertad.